viernes, 1 de octubre de 2010

El regreso

Tres veces crucé el mar
hacia la vieja Europa.
Viajar es provechoso,
extiende la mirada
mientras le da un descanso a la rutina.

Y fue en el cuarto viaje
que se extravió mi vuelta,
y ya no fue lo mismo.
Ya no volví a tener
ese candor sereno del viajero
que deja a buen recaudo sus enseres,
que traba los portones,
y en la agenda señala
el fin de la aventura.

Cuando perdí el embarque
mi asiento quedó libre,
yo también quede libre a mi destino.

Y fui por un sendero sin señales,
con tan solo una luz que me guiara,
fui teatro de todas mis pasiones,
mientras yo me rendía en el asombro
de hechos consumados.

Después de algunos ciclos
el cuerpo ya ha cambiado totalmente,
no quedan vestigios de la célula
que ha nutrido el aliento.
Y ese Ser que se apea en mi organismo,
no es igual en mi inicio que al retorno,
con el billete de la vuelta en mano,
si preguntan por mi:
díganle que ya he muerto
porque era imprescindible
para nacerme nueva.